El mito del crecimiento constante
En economía, la consigna tradicional ha sido clara: lo que no avanza, retrocede. Bajo esta lógica, si un país no crece, entra en decadencia. El crecimiento se mide casi exclusivamente en PIB: más producción, más consumo, más transacciones.
Pero, ¿qué pasa en un mundo con recursos limitados? Ya en los años 70, E.F. Schumacher advertía en su libro “Lo pequeño es hermoso” que atar la prosperidad a la expansión material nos conduce a la sobreexplotación de recursos y al empobrecimiento humano.
Una experiencia personal
Recuerdo que de estudiante en los años 80 cayó en mis manos aquel libro. Lo pequeño es hermoso me cautivó. Me abrió los ojos a una idea que me parecía casi revolucionaria: no todo tiene que crecer sin medida para ser valioso.
Me impresionó descubrir que también en la economía se podía hablar de suficiencia, de equilibrio, de la belleza de lo limitado. Aquella lectura me acompañó como una semilla, cuestionando esa creencia dominante de que “más siempre es mejor”.
Del PIB al bienestar: una distinción necesaria
Aquí surge la primera distinción:
- Crecimiento económico: movimiento de cifras, expansión cuantitativa.
- Bienestar real: calidad de vida, vínculos, sentido vital.
No es lo mismo crecer económicamente que vivir mejor. Bután, por ejemplo, introdujo el Índice de Felicidad Nacional Bruta, recordándonos que el progreso no cabe solo en números.
El espejismo del “estar siempre mejor”
También en lo personal, el discurso motivacional repite la idea de “si no mejoras, retrocedes”. El problema: nadie define qué significa “mejor”. ¿Más productividad? ¿Más ingresos? ¿Más reconocimiento?
Ese espejismo puede convertir el bienestar en una carrera interminable, donde nunca se alcanza suficiente.
Preguntas para abrir otra perspectiva
- ¿Qué significa para mí crecer hoy?
- ¿Estoy midiendo mi vida con un “PIB personal” o con indicadores de bienestar reales?
- ¿Qué aprendí ya de mi experiencia que merece celebrarse en vez de perseguir más?
Prácticas para un crecimiento sostenible
- Redefine tus métricas: elige tres indicadores de bienestar que no dependan de productividad ni dinero (ej. descanso, relaciones, calma interior).
- Decrecimiento selectivo: reduce en un área donde el “más” te aleja de lo importante.
- Balance de suficiencia: anota lo que ya tienes en cantidad suficiente y celébralo.
- Entrena la pausa: cada vez que sientas la presión de “avanzar”, pregúntate: ¿y si mantener fuera suficiente?
Una transformación posible un

La lección que me quedó de Schumacher sigue viva: no todo tiene que crecer sin fin. Ni la economía global ni nuestra vida personal pueden sostenerse en la lógica de expansión infinita.
Quizá el desafío sea distinto: crecer en lo que importa, sostener en lo que basta, decrecer en lo que nos sobra. Tal vez ahí se esconda la verdadera prosperidad.
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