Tus palabras crean mundos: el poder transformador de las declaraciones

Hay frases que cambian una vida.

Un “sí, quiero”, un “hasta aquí llegué”, un “voy a intentarlo”, un “me merezco algo mejor”.

En apariencia, son solo palabras. Pero, en realidad, son actos. Actos lingüísticos que crean nuevos mundos posibles.

Rafael Echeverría, en su obra Ontología del Lenguaje, nos recuerda que el lenguaje no es un simple medio para describir lo que sucede: es el instrumento con el que los seres humanos generamos realidad. A través de lo que decimos —y de lo que callamos—, abrimos o cerramos caminos.

Las declaraciones no describen:  crean

Cuando decimos “empiezo una nueva etapa”, algo cambia en nosotros.

No es un deseo ni una opinión; es una declaración.

Y toda declaración tiene poder, porque modifica el espacio emocional y relacional desde el que actuamos.

Una declaración es un acto que inaugura algo que antes no existía. Al declarar, damos existencia a una nueva posibilidad: una promesa, una decisión, una dirección de vida.

Así, el lenguaje deja de ser un espejo pasivo de lo que somos y se convierte en un cincel con el que esculpimos lo que queremos llegar a ser.

Cuatro efectos profundos del poder declarativo

  • Crean realidades: cuando declaras “voy a sanar esta relación”, estás poniendo en marcha un proceso real, observable, emocional. Las palabras reconfiguran tu mirada.
  • Generan compromiso: decir “asumo la responsabilidad” cambia tu identidad de víctima a protagonista.
  • Transforman: una buena declaración nos libera del pasado. “Ya no quiero vivir así” puede ser el punto de inflexión hacia una vida más consciente.
  • Empoderan: cuando declaras “puedo hacerlo”, expandes tu horizonte de acción y contagias esa posibilidad al mundo que te rodea.

El lenguaje como territorio de transformación

Si el lenguaje crea realidades, cada conversación que tienes contigo mismo también lo hace.

Tu diálogo interno puede ser un espacio de expansión o una jaula invisible.

Por eso, en coaching ontológico trabajamos con el poder de las declaraciones conscientes: para que la persona aprenda a habitar su lenguaje con responsabilidad, autenticidad y propósito.

Cada vez que declaras algo, te estás declarando a ti mismo.

Y ese simple gesto —aparentemente lingüístico— redefine quién eres y hacia dónde vas.

Preguntas para tu reflexión

  • ¿Qué declaraciones han marcado un antes y un después en tu vida?
  •  ¿Cuáles sigues repitiendo sin darte cuenta —quizás “no puedo”, “ya es tarde”, “no valgo tanto”— y están limitando tus posibilidades?
  • ¿Qué nuevas realidades quieres crear con tus palabras a partir de hoy?

Recuerda: el lenguaje no solo describe el mundo… lo crea.

Y cada palabra que eliges es una semilla que siembras en tu destino.

“Somos seres que vivimos en el lenguaje. Y lo que somos, lo que hacemos y lo que soñamos, nace en la forma en que hablamos con los demás y con nosotros mismos.”

Resignificar o resignar. El valor de soltar a tiempo

Cómo evitar el coste hundido

Hay una gran diferencia entre resignar (rendirse desde la impotencia) y resignificar (dar un nuevo sentido a lo que ya no funciona). Muchas veces seguimos en trabajos, relaciones o proyectos solo porque ya hemos invertido mucho. Eso es lo que en economía se llama el principio del coste hundido: insistir en algo que no funciona solo agrava el problema.

El principio del coste hundido y la psicología positiva

La neurociencia ha demostrado que nuestro cerebro odia las pérdidas más que lo que disfruta de las ganancias (Kahneman & Tversky, teoría de la aversión a la pérdida). Por eso, cuando sentimos que ya hemos invertido demasiado, nos cuesta dar un paso atrás.

En coaching y psicología positiva, esto se traduce en una trampa mental: creer que abandonar es fracasar. Pero en realidad, abandonar a tiempo es un acto de inteligencia emocional y estratégica. Como decía Warren Buffet: “Cuando estés en un agujero, lo primero que debes hacer es dejar de cavar”.

Preguntas reflexivas

  • ¿En qué áreas de tu vida sigues insistiendo solo porque “ya has invertido demasiado”?
  • ¿Qué te costaría más: perder lo que ya diste, o perder todavía más si sigues?
  • ¿Qué oportunidades podrían abrirse si liberas esa energía para algo nuevo?

Ejercicio práctico: “La silla vacía de lo inútil”

  1. Escribe en una hoja aquello en lo que sigues insistiendo (un proyecto, relación, hábito).
  2. Pregúntate: ¿Si empezara hoy, volvería a elegirlo?
  3. Visualiza que dejas esa carga en una silla vacía, agradeciendo lo aprendido.
  4. Decide un pequeño paso para redirigir tu energía hacia lo que sí funciona.

El arte de soltar en la vida cotidiana

  • En proyectos profesionales: saber parar antes de que un error se convierta en ruina.
  • En relaciones personales: no insistir cuando ya no hay reciprocidad.
  • En hábitos de vida: abandonar lo que resta salud, aunque lo hayas practicado durante años.

Dejarlo correr no es rendirse, es elegir con madurez dónde merece la pena poner tu energía. Cada vez que sueltas lo que no funciona, creas espacio para lo que sí puede florecer.

Si quieres aprender a identificar qué soltar y cómo reorientar tu energía, podemos explorarlo juntos en un proceso de coaching online. Escríbeme en www.coachingvalencia.com y empecemos a liberar tu futuro.

La única certeza: todos somos diferentes

Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa, ha ganado este sábado, la Concha de Oro de la 73ª edición del festival de San Sebastián.

En sus palabras de agradecimiento, la directora dejó un par de reflexiones que invitan a detenernos a pensar. La primera, casi un manifiesto: “La única certeza que tengo es que todos somos diferentes”. Una frase sencilla pero radical, que nos recuerda que la diversidad no es excepción, sino condición humana.

Y añadió algo que complementa esa idea con fuerza: “Querer entender algo no quiere decir validarlo”. Es decir, abrirnos a comprender al otro, escuchar lo distinto o incluso lo incómodo, no significa necesariamente estar de acuerdo. Significa reconocer la diferencia, darle un lugar, sin que eso implique renunciar a nuestro criterio ni a nuestros valores.

Unas verdades sencilla, pero profundamente transformadora.

Cuando olvidamos que somos distintos

Muchas de nuestras tensiones diarias nacen de una expectativa: que el otro piense, actúe o sienta como nosotros.

Esperamos que la pareja reaccione igual que lo haríamos, que un compañero de trabajo resuelva como lo resolveríamos, que un amigo ame como nosotros amamos.

Y cuando no ocurre, sentimos decepción.

El problema no es la diferencia.
El problema es olvidar que existe.

El valor de la diversidad

Aceptar la diferencia no es renunciar a uno mismo, es abrirse a comprender que el mundo se expande más allá de mis límites.

  • Donde yo busco orden, otro encuentra creatividad en el caos.
  • Donde yo necesito seguridad, alguien más se mueve con pasión en la incertidumbre.
  • Donde yo hablo, otro escucha.

Cada encuentro con alguien diferente es un espejo que me invita a descubrir matices de mí mismo y a crecer.

Cuando el rechazo se convierte en herida social

Negar la diferencia puede parecer inofensivo en lo cotidiano, pero llevado al extremo se convierte en racismo, xenofobia, homofobia, aporafobia, sexismo, capacitismo, edadismo, y tantas otras formas de rechazo que hieren profundamente nuestra convivencia.

Todas ellas son expresiones radicales de un mismo patrón: el miedo al otro por ser distinto.

Recordarlo nos ayuda a tomar conciencia de que cada gesto de apertura suma, y cada juicio o exclusión también alimenta un sistema que empobrece a todos.

El resultado de aceptar la diferencia

Cuando dejo de resistirme a que los demás sean distintos, recupero energía.

En lugar de frustrarme, aprendo.

En lugar de imponer, dialogo.

En lugar de cerrarme, me transformo.

Aceptar que somos diferentes no nos aleja.

Nos acerca, porque nos permite relacionarnos desde el respeto y no desde la expectativa.

Quizá la vida no nos da muchas certezas, pero esta sí: nadie es como yo, y ahí está la riqueza.

Prácticas para integrar esta certeza

El coaching puede ayudarte a entrenar esta mirada para vivir con más apertura, menos conflicto y más autenticidad.

  1. Observar sin juicio.
    La próxima vez que algo de otra persona te incomode, pregúntate: ¿qué parte de mí está reaccionando aquí?
  2. Escuchar con curiosidad, respirando para gestionar la impulsividad.
    Haz el esfuerzo consciente de comprender qué hay detrás de las palabras o el silencio del otro.
  3. Ampliar tu mapa mental.
    Recuerda: tu forma de ver el mundo no es la única. Haz el ejercicio de describir una situación desde la mirada de esa otra persona.