¿Me entiendes?

Es una frase que seguro has escuchado. Tal vez incluso la has dicho sin pensarlo mucho:

“¿Me entiendes… ?”

A primera vista puede parecer una forma de asegurarse de que el mensaje ha llegado claro. Pero si la miramos más de cerca —desde la escucha, desde la empatía, desde el coaching— puede contener algo más: un tono sutil, a veces no tan sutil, que roza la impaciencia o incluso la soberbia.

«Fotografía de Carmen Martín Gaite en Nueva York.» por https://hispana.mcu.es/lod/oai:bibliotecadigital.jcyl.es:29399#ent2/ CC0 1.0

En la práctica del coaching trabajamos mucho con las competencias conversacionales. Y una de las más importantes es la capacidad de crear puentes, no muros, cuando hablamos. La comunicación no se trata solo de emitir un mensaje, sino de generar entendimiento mutuo. No se trata de tener razón, sino de lograr conexión.

Cuando alguien pregunta “¿me entiendes?”, muchas veces lo que está pidiendo no es claridad, sino validación. Como si la falta de comprensión fuera responsabilidad del otro, y no parte de un proceso compartido. Es ahí donde aparece la rigidez, la verticalidad, el ego.

Una comunicación verdaderamente poderosa, por el contrario, nace de la humildad. De aceptar que quizás no he sido claro, que tal vez el otro necesita más contexto, o simplemente tiene una forma distinta de interpretar. Y que eso no es un problema, es parte natural del intercambio humano.

Desde esta perspectiva, te propongo un cambio de enfoque. En lugar de “¿me entiendes?”, podrías preguntarte:

  • ¿Cómo puedo decir esto de forma que el otro lo reciba mejor?
  • ¿Qué está necesitando esta conversación ahora: claridad, pausa, empatía?
  • ¿Qué me dice la expresión del otro que no estoy captando con mis palabras?

Estas preguntas abren espacio para una comunicación consciente, y lo más importante, para una relación horizontal y respetuosa. Porque conversar no es imponer. Es co-crear un sentido común.

Y sí, a veces hace falta explicarse mejor. Pero no desde el juicio, sino desde el deseo genuino de entendernos.

¿Te gustaría mejorar tu forma de comunicarte con los demás —en tu trabajo, tus relaciones o contigo mismo— y transformar tus conversaciones en oportunidades reales de conexión?

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¿La autenticidad no se entrena?

A menudo escuchamos frases como “la autenticidad no se entrena, simplemente sale”. Y es cierto, en parte. Ser auténtico tiene que ver con lo espontáneo, lo genuino, aquello que nace desde dentro sin filtro, sin pretensión. Es esa versión de ti que no está intentando gustar, demostrar, controlar ni competir.

Pero aquí viene la pregunta que el coaching se atreve a hacer:

¿Y si eso que “simplemente sale” está lleno de miedo, de máscaras aprendidas o de automatismos que ya no te representan?

Porque sí, la autenticidad sale, pero sale desde donde estamos. Y muchas veces, ese lugar está lleno de capas que ni siquiera hemos cuestionado.

Desde el coaching no se entrena la autenticidad como una técnica rígida, pero sí se cultiva y desarrolla como una fortaleza de carácter. Se le da espacio y se la nutre con experiencias que conectan con nuestros valores, con prácticas que reducen las capas de miedo y con reflexiones que nos devuelven a lo esencial de quiénes somos. Se la invita a salir a través del silencio, de la escucha interna, de preguntas que van más allá del “¿qué hago?” y apuntan al “¿quién estoy siendo al hacerlo?”.

¿Qué ocurre cuando entrenas el coraje de decir no?

¿O cuando practicas mirarte con compasión en lugar de exigencia?

¿Qué aparece cuando te permites fallar sin que eso defina tu valor?

Ahí, en ese tipo de entrenamiento emocional y relacional, se va despejando el camino para que lo más auténtico de ti aparezca. No porque lo fuerces, sino porque te liberas de lo que no eres.

Entonces sí, la autenticidad sale, pero sale cuando se siente segura, cuando dejamos de juzgarla o esconderla. Y para eso, hace falta un proceso, una práctica, una compañía que te ayude a ver lo que a veces cuesta ver solo.

Ese es uno de los grandes regalos del coaching: no se limita a devolverte a quien has sido hasta ahora, sino que te invita a expandir el observador que eres. Te acompaña a reencontrarte con tu esencia y, a la vez, a abrir espacios para nuevas formas de ser y accionar que antes no veías posibles. Es como sacar brillo a lo que ya estaba, y también dar forma a aquello que aún no ha emergido, liberándote de tantos “deberías”.

Si estás en ese punto donde quieres reconectar con quien eres —más allá del rol, del deber o del miedo—, estaré encantado de acompañarte.

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El estrés cuando no sabes cómo parar

Hay días en los que siento que mi cabeza es un motor al que nadie ha enseñado dónde está el freno. Desde que abro los ojos por la mañana, los pensamientos empiezan a correr: lo que tengo que hacer, lo que no hice ayer, lo que quizá pase mañana. Y la lista no termina nunca.

A veces me descubro respirando rápido sin darme cuenta. Es como si mi cuerpo respondiera a esa carrera mental: hombros tensos, mandíbula apretada, el corazón como si hubiera subido cinco pisos corriendo. Y, sin embargo, sigo sentado en la misma silla, delante del mismo ordenador.

He aprendido que el estrés no llega de golpe. No es como una tormenta inesperada; es más bien una llovizna fina que empapa poco a poco. Una tarea que no sale, un mensaje pendiente de responder, un “tengo que poder con todo” que se cuela en silencio. Y de repente, un día, notas que tu mente va tan rápido que ni siquiera sabes qué estás pensando.

En esos momentos me digo algo que me ha ayudado: “demasiado empuje quema el motor”. Porque es verdad. Empujar siempre, no parar nunca, tiene un precio. Y no es solo el cansancio físico: es la sensación de vivir desconectado de uno mismo.

Por eso empecé a probar algo distinto. Parar unos segundos, aunque sea en medio del caos. Cerrar los ojos. Sentir la respiración, escuchar qué dice mi cuerpo, incluso si no me gusta lo que me está contando. Y no pasa nada si la mente sigue corriendo: al menos dejo de empujarla.

El estrés forma parte de la vida, pero no tiene por qué ser el piloto. Hay maneras de aprender a bajar revoluciones, de poner orden al ruido mental, de volver a sentir que tienes las riendas.

¿Te resuena lo que lees? ¿Te gustaría aprender a manejar tu estrés antes de que te pase factura? Escríbeme y vemos juntos cómo puedo acompañarte.

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